miércoles, 23 de noviembre de 2011

El fantasma del Ópera.

Llegué al Museo del Chopo esperando ver una película de la 53a. Muestra Internacional de Cine en la ciudad de México. Miré las esculturas que guardan la entrada al inmueble e incluso tomé un par de fotos. Compré un boleto para la función que deseaba ver aunque faltaba una hora con treinta minutos para que empezara, reconozco que soy algo maniático cuando se trata de cine, así que decidí pasar ese tiempo baboseando en el museo en lo que proyectaban el filme.

La primera sala a la que entré fue a la "Galería Alternativa" que es más un pasillo aprovechado con cuadros colgados en sus paredes. Caminé y miré con detenimiento esos cuadros que exponían fotografías que me parecían primero lúgubres, después siniestras.

Ruinas, polvo, butacas rotas. Miré una, otra, despacio, instalado en el rol de "soy observador de museo". Buscaba el nombre en cada foto que examinaba pero no había datos. Piedras, pasillos, techos rotos.

Llegué a la quinta foto: dos peces dorados entrelazados sobre una pared, a manera de fuente. Imagen tan familiar pero que no logré ubicar, hasta que vi la siguiente, un par de escaleras que desembocaban en un lobby en el abandono. Ahí comprendí, "yo he estado ahí, pero..."

Solté a mi acompañante, recorrí toda la galería con desesperación constatando lo que la exposición mostraba, mirando eso, era un cadáver.

Lo que quería era estar equivocado. Una foto, otra, otra, otra, todas mostrándome a ese viejo amigo, muerto, pudriéndose a la vista de todos.

Rompí en llanto. Lloré sin que me importara si alguien notaba mi desesperación. Gemí fuerte. El Cine Ópera está muerto.
Nunca había sentido tanto dolor por un edificio. Ese, el que estaba expuesto en esas paredes remozadas, era el cine de mi infancia, al que me llevaba mi madre cada que había oportunidad fomentando el amor a una de las cosas que más disfruto de la vida.

Y no es que me llevara a ver películas de "arte", no, por el contrario. La consigna era llevarme a un lugar a disfrutar, reír e imaginar. En esa pantalla, ahora inexistente, las luces y sombras se mezclaban para mostrarme que el mundo era vasto, inmenso, disfrutable; me transmitían el consejo más grande que me haya dado mi madre, "que nunca se te cierre el mundo" porque siempre hay solución, sólo hay que imaginarla.

En la vitrina de su dulcería, que aún se conserva pero cubierta por polvo y llena de vacío, miraba golosinas que me engolosinaban la vista aunque siempre prefería las palomitas. Ahí aprendí el arte de la negociación, cuando quería todo y mi madre decía que sólo podíamos comprar una cosa.

Seguí mirando el pasillo, entonces inmenso, que se podía correr en el intermedio y que yo disfrutaba mirar porque nunca me gustó eso de correr en el cine, como ahora detesto que la gente platique durante una proyección.

Esas butacas todas destruidas, vueltas escombros ya no pueden sostener mis ensoñaciones, no pueden ni sostenerse a sí mismas. Mi madre joven, mi infancia más lejana, mis risas despreocupadas, están ahí, entre los escombros.

Me encantaría que llegara el Cristo en el que no creo y levantara de entre los muertos a mi Ópera en toda su belleza, esa que ni los años le han quitado...


...el Cine Ópera representa tanto.

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